viernes, 25 de noviembre de 2016

El caso del hombre que murió riendo, de Tarquin Hall



¿Qué?
Vish Puri, detective privado en la India, maestro del disfraz y un tragaldabas de comida picante, se encarga del peculiar caso de la extraña muerte de un conocido científico. El desafortunado doctor Suresh Jha falleció repentinamente cuando realizaba sus ejercicios matinales en el Club de la risa de Delhi.
Lidiando con supersticiosos que achacan la muerte a una diosa y con una serie de particulares personajes, Puri rastreará junto con su equipo salido de un cómic de Mortadelo y Filemón desde los más pobres suburbios a los clubes más selectos, y viajará de Delhi a la sagrada ciudad de Hardiwar, a orillas del Ganges.
¿Quién?
Tarquin Hall es un escritor y periodista británico con un estilo propio. Actualmente divide su tiempo entre Londres y Delhi tras haber trabajado en África, Asia, Oriente Medio y Estados Unidos.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Me pasas la sal?
De nuevo os traigo un libro del que probablemente jamás hayáis oído hablar. Ya avisé de que mi gusto es refinado como el vino de cartón. Esta vez estamos ante una comedia que apuesta por un humor más inteligente que bruto, lo cual mi cerebro, que se ha estado alimentando de vídeos de niños cayéndose de columpios durante parte de su vida, agradece exageradamente.
Divertido, interesante, entretenido, agradable y perfecto para acompañar con el café, pero dejemos de hablar de mí, hablemos del libro. Es una de las lecturas más rápidas y llevaderas que he tenido en mi vida, y no solo porque la trama atrape, sino por las risas que el autor llegó a sacarme.
Además del humor, Tarquin recurre a la cultura hindú y a los miembros de la sociedad de la India para meternos de lleno en el contexto. No soy un gran fan de las novelas policíacas o detectivescas, pero he de decir que el estilo de esta novela en particular ha hecho que extienda mis horizontes. La obra no se rige por el típico esquema de investigación de un asesinato, rompe con este estereotipo tan trillado, lo que yo, atraído por la originalidad, valoro muchísimo.
Os la recomiendo sinceramente, especialmente por el hecho de que probablemente nunca hayáis leído alguna novela parecida, pues el estilo del autor es bastante único. Os aconsejo echarle un ojo, os prometo que os gustará, y si no es así… bueno, ya sabéis dónde encontrarme.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Desmontando mitos



El otro día en el parque, jugando a la pelota, una niña decía que era Juana la Loca, yo le dije que no, ella se puso furiosa. Yeah! David is in the house!
Tras años de experiencia, aún soy incapaz de romper el hielo de manera estándar, de a pie. Esta vez he tenido que hacer uso de una pegadiza cantinela que puede entonarse saltando a la comba, jugando a la rayuela o como tonadilla introductoria a la llegada de Freddy (el que tuvo un problema de acné en la adolescencia).

Hoy vengo a hablaros de una serie de falsos mitos que circulan por algunas redes sociales.Quizá debería haber usado esto como introducción.
Al primero de ellos lo he bautizado como el mito del caballo, una creencia que lamentablemente sigue estando muy difundida y aceptada por determinaos sectores de la sociedad actual. Se trata de creer que una chica puede romperse el himen montando a caballo.
Indagando en la cultura de facebook, tras obviar las entradas sobre la llegada del apocalipsis con la victoria de Trump y los vídeos sobre “¡mira lo que sabe hacer mi gato!”, llegué al pozo poso de sabiduría de la red, a los grumos, a los restos que uno no le daría de comer ni al perro. Encontré testimonios de chicas que se habían dado de baja de sus lecciones de hípica por precaución.
Obviamente, esto es un bulo. No es por ello por lo que dejaron de incluir al tiovivo en las ferias, no colgaron en ellos un cartel que rezaba “X días sin un himen roto”. Terapeutas, preparaos para escuchar de boca de vuestros clientes pacientes la confesión: “perdí la virginidad con un caballo”.
Sarcasmo a un lado. En realidad sí es posible perder el himen con un caballo. Claro que tiene que ser el caballo quien te monte a ti y no a la inversa. 
Realmente, el himen es una membrana bastante delgada y frágil, por tanto sí que puede ser lacerada mediante el ejercicio físico, aunque depende de cuán elástico sea. 
A continuación os dejaré un listado de falsas creencias para que así pasemos página de una vez:

  • Si te tocas puedes quedarte ciego (varones). Tan solo si te apuntas directamente a la cara. Aquí es aplicable la regla de oro que dice que jamás debe mirarse por el cañón de un rifle defectuoso; todos hemos visto los Looney Tunes y sabemos lo que sucede.

  • En uno de los extremos del arco iris hay un leprechaun bebiendo Guinness y bailando alrededor de un caldero repleto de monedas de oro. Esto tan solo sucede en Irlanda y en tu cabeza cuando tragas Listerine.

  • No se considera infidelidad si los componentes de la pareja se encuentran en diferentes comunidades autónomas. Esto lo aprendí por experiencia.

Esto es todo por ahora. Espero haberos solucionado alguna duda, o al menos haberos entretenido. Si os ha gustado, comentádmelo, y desmontaré más historias como estas, propias de los programas de televisión donde se presenta gente que dice haber visto a Jesús en una tortilla francesa. 

P.D.: ¿Alguien ha pillado el juego de palabras del título de la entrada?

jueves, 17 de noviembre de 2016

Viviendo en perspectiva



Voy a presentarme.

La última vez que me inspiré estaba sentado en un banco, un domingo de madrugada, en un parque de Carabanchel. Solos yo y mi móvil, último recurso del escritor poco precavido que deja su libreta en casa.
Creo que esa es la mejor forma en que puedo presentarme: una persona solitaria, en un parque en penumbra, que mira la sociedad y piensa en silencio.
No puedo prometer un formato fijo ni un tema claro, pero sí entreteneros lo justo para que penséis en ello unos minutos.
Encantado de conoceros.

JTomé



Nunca había apreciado la importancia del momento adecuado hasta que no vi lo que pueden cambiar una experiencia las circunstancias en que la hagas.
Es una sensación extraña. Camino por el centro de Madrid como he hecho cientos de veces y, sin embargo, me siento incómodo. Hay algo que no encaja mientras abandono Sol en dirección a Atocha. Molesto por la sensación, decido abandonar mi camino habitual por una de las calles secundarias, solo para descubrir la causa de mi incomodidad unos metros más adelante: no hay gente.
Para una persona que no viva en Madrid o una ciudad similar puede resultar absurdo lo que acabo de decir pero es algo muy real. En el centro de Madrid suele  haber mucha gente, demasiada gente, en un día normal. Y todo el mundo tiene prisa.
Pasear por el centro en un fin de semana puede parecerse a ir a un centro comercial en pleno invierno a principios de mes. Avanzas abriéndote paso entre una masa de personas que corren en dirección a un bar, una parada de metro, una tienda… a cualquier destino. Todo sin dejar de gritar para intentar hablar entre los gritos del resto de gente que circula a tu alrededor. Dependiendo de la calle en la que te encuentres puede llegar a ser muy agobiante.
Y, sin embargo, yo estaba completamente solo en Ronda de Atocha. En un día cualquiera yo hubiera intentado llegar a Atocha lo antes posible huyendo de la masa que abarrota la calle en dirección al centro o a Kapital pero ese día me sentí empujado a detenerme, a caminar tranquilamente. Me sorprendí de encontrar tiendas en las que no había reparado, pese a hacer ese camino casi cada semana, cafeterías en las que casi me vi obligado a entrar a tomar un café mientras observaba por la cristalera a las pocas personas que se atrevían a desafiar al frío saliendo de sus casas. Por unas horas, pude ver todas esas calles como un barrio más, funcionando con el flujo de la actividad de sus vecinos a un ritmo tranquilo, en lugar de como un circuito infernal recorrido por cientos de personas aceleradas por querer salir de su rutina de toda la semana en las pocas horas en que se han propuesto disfrutar de su ocio.
La diferencia que existe entre visitar un sitio a las 10 de la mañana de un día cualquiera, cuando todo el mundo se encuentra trabajando, en el colegio, instituto o universidad, o hacerlo un sábado por la tarde, es abrumadora. Aporta una nueva perspectiva a escenarios corrientes que merece la pena disfrutar de vez en cuando.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Tu recuerdo


Tan. Tan. Tan. Tan. Tan.

Tan espontáneo como tus visitas nocturnas a mi apartamento.

Tan instantáneo como mi café de por las mañanas.

Tan elástico como la goma de tu tanga.

Tan usado como mis calzoncillos de los domingos.

Tan. Tan. Tan. Tan. Tan.

Tan útil como tus “¿en qué piensas?”

Tan sincero como mis “solo es una amiga”.

Tan lejano como tus “te echo de menos”.

Tan desgastado como mis “te quiero”.

Tan. Tan. Tan. Tan. Tan.

Una onomatopeya que retumba en mi cabeza, repitiéndose como las doce campanadas. O como los cuartos. Nunca he sabido realmente diferenciarlos, por mucho empeño que Ramón García pusiera en explicarlo.

Tan lejos y a la vez tan cerca. Como tu recuerdo. Como el mando de la tele del salón. Como el metro de Madrid, que ya no corre sino vuela. 

Tan cerca. Tan cerca que aun puedo sentir tu respiración en mi pecho, tu pelo en mi cara, tu calor en mi cama, junto a mí cuando amanezco. Ahora lo veo claro. Nunca te llegaste a ir. Sigues aquí. Aun estás aquí. Tu huella, tu olor, tu saliva, tu sudor.

Estás en mi ducha y en mi toalla. En mi mesa del comedor, donde mi compañero de piso no se digna a comer desde aquella escena tan violenta en que nos pilló. ¿Recuerdas? Aquella vez en que os conocisteis por vez primera, en la que tú te ofreciste a saludarle con un beso y el rogó que se lo lanzaras.

Estás en mi camiseta, la que me regaló un abuelo que me quiere mucho de Torrevieja. Ahora la uso de trapo viejo, bueno, la usaba hasta que limpié la balda de arriba de mi estantería. ¡Eso sí que era polvo y no lo que echamos en la playa!

Estás en mis calzoncillos y en las bragas que me guardé como souvenir, por si algún día fallecías y la prenda se revalorizaba. 

Estás en mis pantalones, en mi sudadera, en mi almohada, en mis sábanas.
En fin. Creo que ya va siendo hora de poner una lavadora.

Nota del autor: Por si acaso alguien se diera por aludido/a, cabe decir que el texto no va dirigido a nadie en particular, es una mera maraña de ideas a las que he dado forma. Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. 

jueves, 10 de noviembre de 2016

Grandes pechos, amplias caderas de Mo Yan



Grandes pechos, amplias caderas, de Mo Yan
Antes de nada, tengo que decir que esta es mi primera reseña en toda mi vida. Esto es porque los libros que acostumbro a leer huyen bastante de lo habitual, de lo que uno encuentra por los blogs literarios. Aun así he decidido lanzarme y compartir mis pareceres con respecto a las joyitas que tengo en mi estantería.
Grandes pechos, amplias caderas
No, no es el título de la biografía de Nicki Minaj, aunque sí
que es posible que coincida con una de las búsquedas más populares en Google.
Grandes pechos, amplias caderas hace alusión a las características físicas ideales en el cuerpo de una madre para el correcto desarrollo de un niño. Las amplias caderas guardan relación con el desarrollo en el interior del útero materno y los pechos con el periodo de lactancia. En resumen, la novela centra su trama en las tetas en la figura de la madre, de una madre coraje se podría decir.  
¿Qué?
La protagonista es Shangguan Lu, una madre superviviente en una época de opresión donde la dominación masculina era evidente. Dará a luz a siete niñas hasta conseguir el deseado hijo varón que hará perpetuar la estirpe. Esta mujer arriesgará su vida en numerosas ocasiones para salvar a sus hijos, nietos y seres queridos, sufrirá todo tipo de tribulaciones que la pondrán en peligro. Todo ello tiene lugar en la cruenta y caótica sociedad china del siglo XX.
La valentía y el coraje de Shangguan contrasta con la débil personalidad de su anhelado hijo varón, Jintong. Este será quien nos narre la historia desde un punto de vista algo peculiar, pues el chico crece ensimismado e incluso obsesionado con el seno femenino. De un modo particularmente original, el autor establece una serie de analogías entre los pechos y la realidad china de la época.
¿Quién?
Con respecto al autor, cabe decir que Mo Yan nació en la provincia rural de Shandong en 1955, en el seno de una familia de campesinos. Ha sido reconocido por la Academia sueca como “un maestro del realismo alucinatorio”, incluso en 2012 le fue concedido el premio Nobel de Literatura. Algunos lo catalogan como quizá el más valiente escritor chino contemporáneo.
En la novela Mo Yan plasma, a través de una heroica saga familiar, la historia de su país durante el siglo XX, abarcando desde la Rebelión de los Bóxer de 1900 a los años de Mao. Desarrolla así, con asombrosa destreza literaria, acontecimientos y periodos históricos como la caída de la dinastía Qing, la invasión japonesa, la Guerra civil o la Revolución Industrial.   
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Que si quiero o que si tengo?
Cabe decir que compré este libro con la ilusión de un niño que entra en una tienda de golosinas. Un autor con un premio nobel de Literatura, una trama que desarrolla la cultura de la Antigua China y, por si aún me quedaban dudas sobre si comprarlo o no, el título me las despejó todas. Probablemente el autor jugó con esta especie de clickbait, muy adelantado a su tiempo.  La cuestión es que abrí el libro como quien abre un huevo Kinder.
Al principio la lectura se me hizo muy fluida, quedé absorto con la trama desde el primer capítulo. Tanto el carácter como el modo de actuar de Shangguan, la madre, hicieron que me enganchara y que simpatizara con ella enseguida. Sin embargo, por otro lado, me fue imposible sentir ningún tipo de simpatía hacia Jintong, el hijo varón. Esto me puso las cosas difíciles a la hora de continuar con la lectura, pues es él quien narra la historia y quien comienza a cobrar protagonismo conforme esta avanza.
Uno de los aspectos que más valoré en el modo en que la novela esta escrita, es la capacidad del autor para trasladarte a la realidad de aquella época. Mo Yan me incitó a buscar más información sobre determinados acontecimientos que se tratan en el libro, lo cual habría hecho que mis antiguos profesores de historia se sintieran orgullosos. Aprendí una barbaridad, entendí algunos aspectos y acciones de personajes narrados en el libro gracias al contexto en que sucedían. Este hecho, que el autor me obligue a hacer inferencias en la lectura (“leer más allá”), es algo que aprecio exageradamente y que me hace exaltar la gran labor del autor.
Finalmente, no puedo irme de aquí sin dedicar unas líneas al título de la obra. Los pechos juegan un papel crucial en la novela, no tanto como algo sexual, sino como lo que representan y como metáfora. Sin embargo, no hay un solo capítulo en el que no se mencione el seno femenino (y no como si pasaran por allí), lo cual llegó a cansarme (¡y ya es decir!). Dejadme que os escriba un fragmento de la novela en que Jintong describe con asombrosa precisión los pechos de su madre.
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Las primeras señales de que una mujer está envejeciendo aparecen en los pechos y van avanzando desde los pezones hacia atrás. […] los rosados pezones de Madre, que siempre se habían mantenido juguetonamente erguidos, se inclinaron hacia abajo, como las espigas de grano cuando están maduras. Al mismo tiempo, el rosa se volvió rojo dátil. Durante esos días su producción de leche decayó, y ya no era ni de cerca tan fresca ni tan oliente ni tan dulce como siempre había sido. De hecho, esa leche, que ahora era anémica, sabía un poco a madera podrida. […] las profundas arrugas que habían aparecido en la base de cada pezón, como pliegues en las páginas de un libro, seguían siendo perturbadoras; desde luego ahora se habían suavizado, pero a pesar de todo quedaba un trazo indeleble de su declive. 
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Leer estas líneas literalmente puede echarte para atrás, especialmente cuando este extracto pertenece a la mitad del libro y ya has leído probablemente un total de treinta páginas dedicadas exclusivamente a los pechos. Pero entendido como una alegoría, se infiere cómo el autor describe el declive de la sociedad china a través del seno femenino.
En resumen, es un libro muy complejo, plagado de alusiones históricas cuyo conocimiento se hace a veces necesario para comprender la narración. Yo lo he encontrado muy poético.
Os recomiendo muy sinceramente que le deis una oportunidad si os llama. No voy a engañaros, la lectura no va a ser fácil, os plantearéis abandonarlo en varias ocasiones y, si no leéis entre líneas, probablemente se os escapen muchas cosas. Pero aun así, merece la pena intentarlo. Si ya lo habéis leído o si pensáis lanzaros a hacerlo, me encantaría conocer vuestras opiniones. 

lunes, 7 de noviembre de 2016

La ruta hacia el clítoris



Antes de empezar, dejadme que os diga que esto no tiene nada que ver con la versión porno de la película La ruta hacia el Dorado; creo que aún es pronto para empezar con las críticas de cine independiente.
Son muchas las personas, especialmente hombres (por el hecho de que en general son menos observadores), que a día de hoy encuentran dificultades para dar con el paradero del clítoris. Por ello, he considerado que quizá era oportuno dedicar una entrada del blog a la cultura que envuelve a este término. ¿Cómo se llegó a dar con el clítoris? ¿Quién lo descubrió? ¿Fue por casualidad, como con la penicilina? Dejadme que os lo cuente.
Esta historia, como la de la varicela y el sarampión en América, comienza con Colón. Pero no con el famoso Cristóbal Columbus, sino con Renaldus Columbus. Este italiano, que por cierto no guarda ninguna relación con el primero, era profesor de cirugía en la Universidad de Padua. Cierto día sorprendió a sus colegas del gremio afirmando que había descubierto “la sede del placer de la mujer”. Cabe decir que este hombre se dedicaba al estudio del funcionamiento del cuerpo humano, habitualmente a través de la disección de cadáveres; claro que también debió de llevar a cabo su requerido trabajo de campo (if you know what I mean).
En 1559, Columbus anunció en su libro De Re Anatomica, que había dado con un apéndice femenino que “latía con breves contracciones” durante el coito, haciendo que “la semilla de la mujer fluyera más veloz que el aire” (científico de profesión, pero poeta de corazón). Renaldus bautizó a su descubrimiento como “amor Veneris, vul dulcedo”, es decir, amor o dulzura de Venus.
Pese a que trataron de darse prisa en reclamar la autoría del descubrimiento, pronto les salió competencia. Gabriele Fallopio (el de las trompas) intentó atribuirse el hallazgo. Ironías de la vida, al principio nadie era capaz de acertar a encontrar el clítoris y ahora resultaba que todo el mundo lo había descubierto. ¡El orgullo primitivo de algunos hombres!       
Finalmente, tanta disputa resultó en vano. Un conocido médico holandés demostró que el término clítoris era ya conocido en el mundo de la ciencia por los antiguos griegos. El doctor Galeno, en el siglo II, redactó un largo escrito sobre el tema en cuestión. Los griegos siempre a la cabeza. De hecho, el concepto de ‘clítoris’ como tal no aparece hasta 1615 en inglés, derivado del palabro del griego antiguo ‘kleitor' (montecillo). Seguro que a más de uno le parecía que Clítoris debía de estar a orillas del Egeo.
Y así, amigos y amigas, termina la historia del clítoris. ¿Interesante? ¿Incómodo? ¿Educativo? Hacédmelo saber para ir tanteando lo que realmente preferís leer.