jueves, 17 de noviembre de 2016

Viviendo en perspectiva



Voy a presentarme.

La última vez que me inspiré estaba sentado en un banco, un domingo de madrugada, en un parque de Carabanchel. Solos yo y mi móvil, último recurso del escritor poco precavido que deja su libreta en casa.
Creo que esa es la mejor forma en que puedo presentarme: una persona solitaria, en un parque en penumbra, que mira la sociedad y piensa en silencio.
No puedo prometer un formato fijo ni un tema claro, pero sí entreteneros lo justo para que penséis en ello unos minutos.
Encantado de conoceros.

JTomé



Nunca había apreciado la importancia del momento adecuado hasta que no vi lo que pueden cambiar una experiencia las circunstancias en que la hagas.
Es una sensación extraña. Camino por el centro de Madrid como he hecho cientos de veces y, sin embargo, me siento incómodo. Hay algo que no encaja mientras abandono Sol en dirección a Atocha. Molesto por la sensación, decido abandonar mi camino habitual por una de las calles secundarias, solo para descubrir la causa de mi incomodidad unos metros más adelante: no hay gente.
Para una persona que no viva en Madrid o una ciudad similar puede resultar absurdo lo que acabo de decir pero es algo muy real. En el centro de Madrid suele  haber mucha gente, demasiada gente, en un día normal. Y todo el mundo tiene prisa.
Pasear por el centro en un fin de semana puede parecerse a ir a un centro comercial en pleno invierno a principios de mes. Avanzas abriéndote paso entre una masa de personas que corren en dirección a un bar, una parada de metro, una tienda… a cualquier destino. Todo sin dejar de gritar para intentar hablar entre los gritos del resto de gente que circula a tu alrededor. Dependiendo de la calle en la que te encuentres puede llegar a ser muy agobiante.
Y, sin embargo, yo estaba completamente solo en Ronda de Atocha. En un día cualquiera yo hubiera intentado llegar a Atocha lo antes posible huyendo de la masa que abarrota la calle en dirección al centro o a Kapital pero ese día me sentí empujado a detenerme, a caminar tranquilamente. Me sorprendí de encontrar tiendas en las que no había reparado, pese a hacer ese camino casi cada semana, cafeterías en las que casi me vi obligado a entrar a tomar un café mientras observaba por la cristalera a las pocas personas que se atrevían a desafiar al frío saliendo de sus casas. Por unas horas, pude ver todas esas calles como un barrio más, funcionando con el flujo de la actividad de sus vecinos a un ritmo tranquilo, en lugar de como un circuito infernal recorrido por cientos de personas aceleradas por querer salir de su rutina de toda la semana en las pocas horas en que se han propuesto disfrutar de su ocio.
La diferencia que existe entre visitar un sitio a las 10 de la mañana de un día cualquiera, cuando todo el mundo se encuentra trabajando, en el colegio, instituto o universidad, o hacerlo un sábado por la tarde, es abrumadora. Aporta una nueva perspectiva a escenarios corrientes que merece la pena disfrutar de vez en cuando.

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